¡QUE MILAGRO¡
Paseo yo las calles de Las Fuentecillas y adyacentes a la Fábrica de la Moneda, admirando cómo, serviles, hombres y mujeres contemplan a sus perros meando o cagando y, en actitud reverente, cogen sus cacas en bolsas de plástico que luego tiran a lo lejos, por ver si llegan hasta el rio Arlanzón, o en papeleras de uso público.
-Hablando y andando, mi perro cagando, decía una mujer a otra.
Yo me quedé fijo en una de ellas porque me pareció algo guapa y mística. La seguí cuando la otra mujer se despidió de ella, diciéndole:
-Parece que ese señor que sigue detrás de ti te mira con admiración y ojos de bobo de baba enamorado. Ya me contarás si te ha dicho algo.
Sí, yo seguí a esta mujer porque su perro era ni muy pequeño ni muy grande y, como digo, tenía un algo especial que me asombraba, o me olía a queso rancio.
En un verde jardincillo muy cercano a un parque de juegos infantil, esta mujer dejó a su perro cagar, un perro que me pareció labrador, animándole a que defecase a gusto, pues le decía:
-Atapuercano, caga a gusto. Hazle aire a las cagadas, que no están cocidas.
A mí me parecía que su Atapuercano cagaba “chorizos” de Cantimpalos, en Segovia, o de Sotillo de la Ribera, en Burgos, pues sus cagadas tenían el mismo lustre y color.
Pero lo bueno, lo verdaderamente milagroso fue que, cuando la mujer, que vestía un vestido blanco y corto de lunares rojos, y no llevaba bragas, cuando se agachó a recoger los “chorizos” del perro, gracias a sus manos o a la voluntad del Dios en que creía, los “chorizos” saltaron del suelo a su culo, yendo directos a meterse en su ojete; y eso que ella echaba una y otra vez su mano para recogerles y echarles en la bolsa de plástico.
Yo la escuché decirse a sí misma, y no es chiste:
-Gracias a Dios que no cayeron en el parque de juegos infantil, y gracias a las manos mías tan divinas.
Uno de los “chorizos”, el último de la fila, se quedó atascado, a mitad de entrar. Ella le cogió, le sacó del ojete y, mirándome fijante, le lanzó hacia mí, diciéndome:
-Este vaya por tu ánima, mirón.
Gracias a que le hice al “chorizo” un quiebro rápido, que si no me le trago porque estaba mirando a la mujer con la boca abierta.
Preguntando por ella en la Farmacia del Barrio, me dijeron que se llamaba Loreto, que era hija de un tal Lucero de Vergas, hombre virtuoso y pío, y de derechas.
-Daniel de Culla
Ilustracion del autor